Cuando fuimos niños lo supimos, pero con los años lo vamos olvidando: los juguetes son siniestros. En ellos reside un espíritu malvado, que nos acecha apenas nos quedamos solos. Ya en el siglo XVIII, cuando los juguetes aún eran raros, muy caros y poco variados, E.T.A. Hoffman, en el cuento El hombre de arena, recrea esta mezcla de fascinación y terror que sentimos en la infancia por los juguetes. Están allí, siempre a punto de cobrar vida apenas nos descuidemos. Es lo que hace Olympia, que es un autómata. Es lo que hacen los juguetes del film Toy Story cuando los humanos no los ven. Gahan Wilson lo sabía bien y lo retrató en uno de sus dibujos de mediados del siglo pasado, con los juguetes al acecho del nostálgico. Los juguetes son siniestros porque tienen vida propia y porque, además, se quedan con jirones de nuestra vida, la que compartieron con nosotros cuando éramos niños. Esto se puede ver bien si se visita la muestra Los juguetes invaden el Museo de la Ciudad. Más allá del enternecido recuerdo que puede producir en los desmemoriados adultos encontrar algunos de los juegos o muñecos que acompañaron sus siestas de infancia, se percibe claramente la carga ominosa que flota en el ambiente, como un mal presagio.
lunes, 6 de febrero de 2012
Viaje al País de Nunca Jamás
El Museo de la Ciudad logró reunir a través de los años una amplia colección de juguetes que no sólo expresa un aspecto fundamental de la vida de los porteños, sino que también permite una lectura particular de la historia de la Ciudad. El mundo de los juguetes encierra muchas cosas, pero además de su carácter lúdico nos da una visión del medio social y económico en el que se desarrolla. Hasta el 25 de febrero en Defensa 219.
Cuando fuimos niños lo supimos, pero con los años lo vamos olvidando: los juguetes son siniestros. En ellos reside un espíritu malvado, que nos acecha apenas nos quedamos solos. Ya en el siglo XVIII, cuando los juguetes aún eran raros, muy caros y poco variados, E.T.A. Hoffman, en el cuento El hombre de arena, recrea esta mezcla de fascinación y terror que sentimos en la infancia por los juguetes. Están allí, siempre a punto de cobrar vida apenas nos descuidemos. Es lo que hace Olympia, que es un autómata. Es lo que hacen los juguetes del film Toy Story cuando los humanos no los ven. Gahan Wilson lo sabía bien y lo retrató en uno de sus dibujos de mediados del siglo pasado, con los juguetes al acecho del nostálgico. Los juguetes son siniestros porque tienen vida propia y porque, además, se quedan con jirones de nuestra vida, la que compartieron con nosotros cuando éramos niños. Esto se puede ver bien si se visita la muestra Los juguetes invaden el Museo de la Ciudad. Más allá del enternecido recuerdo que puede producir en los desmemoriados adultos encontrar algunos de los juegos o muñecos que acompañaron sus siestas de infancia, se percibe claramente la carga ominosa que flota en el ambiente, como un mal presagio.
Cuando fuimos niños lo supimos, pero con los años lo vamos olvidando: los juguetes son siniestros. En ellos reside un espíritu malvado, que nos acecha apenas nos quedamos solos. Ya en el siglo XVIII, cuando los juguetes aún eran raros, muy caros y poco variados, E.T.A. Hoffman, en el cuento El hombre de arena, recrea esta mezcla de fascinación y terror que sentimos en la infancia por los juguetes. Están allí, siempre a punto de cobrar vida apenas nos descuidemos. Es lo que hace Olympia, que es un autómata. Es lo que hacen los juguetes del film Toy Story cuando los humanos no los ven. Gahan Wilson lo sabía bien y lo retrató en uno de sus dibujos de mediados del siglo pasado, con los juguetes al acecho del nostálgico. Los juguetes son siniestros porque tienen vida propia y porque, además, se quedan con jirones de nuestra vida, la que compartieron con nosotros cuando éramos niños. Esto se puede ver bien si se visita la muestra Los juguetes invaden el Museo de la Ciudad. Más allá del enternecido recuerdo que puede producir en los desmemoriados adultos encontrar algunos de los juegos o muñecos que acompañaron sus siestas de infancia, se percibe claramente la carga ominosa que flota en el ambiente, como un mal presagio.
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